20 febrero 2011

Tecnología e intelecto humano se suman en la búsqueda de la verdad CAZADORES DE MENTIRAS


Es imposible encarar una conversación con Marlene Rivero Aliaga sin sentirse escrutado. Cada palabra y cada gesto parecen ser analizados hasta en su más mínimo detalle por esta psicofisióloga forense, quien se gana la vida desenmascarando mentiras. Rivero es pionera en el uso del polígrafo (más conocido como el detector de mentiras) en Bolivia. Seis años de trabajo en el área de la psicología forense se requieren a fin de que un profesional pueda optar a la licencia requerida para poder realizar este examen de forma oficial. Rivero sumó ocho, tiempo que le ha permitido ir perfeccionando su oficio.

Pero, ¿es posible engañar al polígrafo? “Se puede intentar, pero es casi imposible. Lo más seguro es que, al final, sabré si estás mintiendo o no”, asegura la profesional, mientras acomoda el aparato en el cuerpo de su secretaria, para iniciar la sesión de fotos. Se trata de un polígrafo computarizado de alta sensibilidad que es capaz de analizar de forma simultánea múltiples variables fisiológicas, mientras el entrevistado responde a una serie de preguntas en un cuestionario definido específicamente para la investigación. Se realizan ‘preguntas control’ para determinar, en sólo segundos, los valores de lo verdadero y lo falso.

En cada respuesta, el equipo mide la respiración abdominal y torácica, el pulso y volumen sanguíneo; el ritmo cardiaco y la actividad electro dermal (la energía que emana el cuerpo, a través de los dedos). Poco a poco, en el transcurso del examen, se van generando gráficas —impulsadas por las señales eléctricas— que después serán interpretadas por el examinador con el uso de un software especial. Antes, los gráficos se registraban sobre papel.

Todo el proceso dura dos horas. Al término de este período, Rivero está lista para dictar sentencia. Hasta la fecha, un 70 por ciento de las personas que se tomaron la prueba mintieron. “Todos los humanos tenemos una parte del sistema nervioso central que es autónomo. Por más que uno lo intente, no puede evitar que el cuerpo brinde respuestas de forma independiente a las contestaciones verbales o gestuales”.

La mentira en sí misma no es medible, pero no sucede lo mismo con las reacciones físicas que generan el miedo, el estrés o la culpa, emociones que acompañan el intento de engaño. Aumentan la presión arterial y las frecuencias cardíaca y respiratoria, y hay cambios en la actividad eléctrica de la piel asociados a la sudoración.

Los detractores del uso del polígrafo apuntan a que el registro de variables fisiológicas realizado por este aparato podría tener otros orígenes, no sólo el estrés por el hecho de mentir. Sin embargo, Rivero dice que el nivel de confiabilidad del detector de mentira computarizado es de 95 por ciento. La profesional señala que el porcentaje crece hasta el 97 por ciento cuando el estudio lo realiza una psicofisióloga forense con años de experiencia.

Además de la tecnología, se requiere de pericia para reconocer las contramedidas, que son las acciones realizadas por el entrevistado para intentar falsear la verdad. Un psicofisiólogo forense tiene más armas para detectar el engaño a través de las herramientas que le brinda la psicología y la observación. Existen códigos y denominadores comunes cuando una persona miente y se muestran en el lenguaje corporal, verbal y de tono de voz.

Buen “oído”

"Detectar una mentira es como oír a un músico que desafina en un cuarteto", describe Marie France Cyr, experta en comunicación del Departamento de Psicología de la Universidad de Québec en Canadá, y autora de ¿Verdad o Mentira? "En la comunicación humana el cuarteto está compuesto por el discurso, la voz, la cara y el cuerpo de cada uno. Cuando nos comunicamos, lo hacemos con estos cuatro componentes. Mentir es desequilibrar el sistema de comunicación que suena armoniosamente cuando expresamos nuestra verdad". Si bien un mentiroso profesional puede aprender a controlar su cuerpo, no podrá hacerlo por completo, se asegura en un reportaje publicado en la revista digital Cnnexpansión.com.

Otro método es sugerido por el etólogo estadounidense Desmond Morris, quien considera que los automatismos corporales son los más fiables. Según sus observaciones, mentir hace sudar y provoca comezón, y las partes más alejadas de la cara son las menos controlables. Los pies y las piernas son las partes más sinceras, seguidas del torso y las gesticulaciones. En tanto que los movimientos de manos y las expresiones faciales son más fáciles de manejar por los individuos.

Contrariamente a lo que se cree, las personas mienten más cuando conversan entre sí (cara a cara o por teléfono) que cuando se comunican por otro medio, como el correo electrónico. Según Jeffrey Hancock, investigador de la Universidad de Cornell en Nueva York, la gente fabula menos cuando se pueden conservar pruebas que podrían comprometerla.

Según Miguel Catalán, autor de la publicación Antropología de la mentira, incluso los animales llegan a ser hábiles para engañar. Por ejemplo, a los chimpancés se les denomina "maestros del fingimiento", ya que son capaces de ocultar objetos, despistar a sus cuidadores y a otros de su especie por cuestiones de supervivencia o de competencia sexual y, lo mejor, por el simple hecho de pasar el rato.

La detección del engaño ha sido un objetivo del ser humano desde siempre. Los chinos tenían una curiosa técnica. Se daba al presunto mentiroso a masticar un puñado de arroz. Si el acusado lo conseguía sin dificultad, era considerado inocente. Todo indica que sabían que la descarga del sistema nervioso simpático inhibe la secreción de las glándulas salivales, provocando la sequedad de la boca. Esto debido a los altos índices de estrés al mentir.

No fue sino hasta la llegada del siglo XX cuando la tecnología comenzó a jugar un papel fundamental en la búsqueda de la verdad. Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, irrumpió el Psychological Stress Evaluator (PSE), que medía la respuesta fisiológica que provoca el estrés en la voz.

La llamada “máquina de la verdad”, el polígrafo, fue creado en 1915 por el psicólogo William Marston. 30 años después, los resultados de este estudio fueron por primera vez aceptados en EEUU como evidencia de corte. Usualmente utilizada por organismos encargados de la seguridad del Estado, el uso del polígrafo se ha extendido a distintas áreas. Por ejemplo, es utilizada por empresas encargadas de la selección de personal para empresas privadas. La boliviana Marlene Rivero Aliaga ha sido contratada en Argentina por dichas compañías dedicadas a la búsqueda de recursos humanos. “Allá no existe una empresa que haga selección de personal que no utilice el polígrafo. En Bolivia estas empresas hacen test escritos, psicotécnicos. Pero ésto jamás develará si los postulantes tienen antecedentes ni podrá desentrañar su ética y la moral, valores que están escondidos y que sólo el polígrafo devela”, dice.

Para evaluar a una potencial secretaria, por ejemplo, el examen del polígrafo se centra en realizar preguntas referidas a la ética y la moral, a descubrir si mantiene reserva sobre información confidencial y sobre la existencia o no de antecedentes delictivos de la entrevistada. Las empresas, asimismo, recurren a la pericia de la psicóloga forense cuando se registran pérdidas. Entonces los funcionarios sospechosos son sometidos al polígrafo. “En una construcción de un edificio se extravió inexplicablemente una veintena de equipos de grifería. La empresa identificó a tres sospechosos y me contrató para averiguar quién de los albañiles era el responsable del hurto. El examen identificó a dos de ellos, quienes luego confesaron y dieron el nombre de otros dos cómplices”.

En Bolivia no existe una norma que rechace la utilización de los resultados del polígrafo como prueba en los casos judiciales, pero tampoco que valide sus conclusiones. Actualmente, los abogados y fiscales utilizan los informes de Rivero para reforzar sus casos. “En los temas de asesinatos, yo le doy al fiscal el informe y si en éste se señala que el sospechoso es el asesino, el fiscal puede pedirme otro examen más específico para saber dónde está el cadáver. Yo confronto al acusado con nuevas preguntas. ¿Dónde está el cuerpo? ¿En Cochabamba, Oruro o La Paz? Y aunque me responda que no sabe, en las gráficas saldrá la verdad. Entonces puedo especificar que la víctima está en La Paz. Así le pregunto. ¿Está en El Alto, la zona Sur o cerca de tu casa? De esta manera se va reconstruyendo la verdad”.

Uno de los requisitos para realizar la prueba del polígrafo es que la persona esté tranquila. “La gente ingresa con ansiedad porque sabe que estoy en busca de la verdad. Para ello busco bajar el nivel de ansiedad y, a partir de allí, comienzo el examen. Si la persona viene con un problema muy serio, que lo pone tenso, no le tomo el examen porque afectará al estudio”.

Gran parte de los clientes de Rivero llegan por cuenta propia para solicitar el ser sometidos a la prueba, especialmente aquellos que han sido acusados por violación. “Me sorprende cómo llegan y me pagan sabiendo que son culpables, que están mintiendo. Quizás piensan que pueden engañar en la prueba”, señala.

Infieles, abstenerse

Burlar a Rivero, sin embargo, puede ser una tarea por demás difícil. La profesional trabajó por ocho años en el Instituto de Investigación Forense (IDIF). Allí estuvo encargada de elaborar, entre otros, los perfiles de criminales seriales. Sus investigaciones dieron pie a la detención de asesinos y violadores a quienes, luego, tuvo que encarar una vez atrapados. “Al final renuncié al IDIF por el tipo de trabajo que debía realizar. Un montón de fiscales esperaba que se resuelvan los casos y eso era una presión constante. Era una carga muy pesada y los casos eran demasiado duros. Yo tenía que hablar con los criminales y éstos me contaban en detalle cómo habían cometido su crimen”.

Si bien la psicóloga forense debe enfrentarse ahora a casos menos dramáticos, no por ello resultan de menor impacto en la vida de las personas. Es así con hay quienes recurren al uso del detector de mentiras para develar la infidelidad de su pareja. Rivero asegura que estos estudios son muy solicitados, especialmente por parte de los hombres. Pero también los celos mueven a las mujeres a recurrir a este servicio “Un señor ya había sido dos veces infiel y, ante la duda de una nueva infidelidad, la esposa lo trajo a la prueba del polígrafo. Sin embargo, el estudio concluyó que no le fue infiel. Cuando le dí el informe a la señora, ella me dijo: ¿está segura? No creía, quizás porque vivía con el miedo de que su pareja la engañase. Pero lo interesante es que quizás mi informe fue un punto de partida para que ella volviera a creer en él”.

Al final del día, son estos casos, los que terminan con un final feliz, los que llenan a la psicóloga Marlene Rivero Aliaga.

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