22 enero 2018

Robots sexuales

Muchas personas afirman que los robots nos quitarán el trabajo. Eso puede ser cierto sobre todo en empresas ensambladoras que apuestan por los robots en lugar de la fuerza humana, con el objetivo de ahorrar costes, ser más eficientes y aumentar la productividad. Los robots no se quejan y tampoco se van de vacaciones.

Pero, ¿qué hay de las relaciones humanas? En el CES 2018 de Las Vegas se ha presentado un nuevo robot de compañía. El robot se llama Harmony, se trata de un androide femenino sexualizado, con el que su creador pretende sustituir la presencia humana en el más íntimo de los sentidos. Su creador se llama Matt McMullen, su intención fue sacar a relucir al mercado el primer robot sexual comercial. Al principio tenía la idea de sacar una versión masculina del robot, lo que finalmente se ha convertido en una mujer artificial, cuyas proporciones son parecidas a las de una estrella porno despampanante. Si bien 2017 no fue el año de Harmony, McMullen se ha dedicado a trabajar duro para que la androide pudiera salir al mercado. Él y su equipo han mejorado el sistema de inteligencia artificial del robot, alojado en su cabeza.

Harmony tiene una cabeza que se mueve y un rostro que reproduce expresiones faciales. También puede repetir frases y recitar algunos chistes de memoria.

¿Son los robots sexuales el futuro de los solitarios?

Algunas personas ya han optado por instalar un robot en sus vidas. Los creadores de la muñeca argumentan la existencia de este tipo de robots por la necesidad de adaptar las relaciones sociales a las vidas de las personas.

¿Por qué? Dicen que mucha gente percibe estas relaciones como una obligación. Y en ese caso, los robots son perfectos. Porque nunca (esperemos) te pedirán explicaciones de por qué no has llamado. Con ellos no hay lugar para las discusiones. La compañía es incondicional. Y la convivencia puede ser aparcada en cualquier momento.

Pero hay inconvenientes. Los robots tienen algo de espeluznante que es difícilmente explicable. Bueno, a esta sensación alguien le puso un nombre. Es la teoría del valle inquietante, desarrollada por Masahiro Mori, un profesor experto en robótica que publicó su tesis en 1970.

El uncanny valley o valle inquietante afirma que cuando una réplica antropomórfica se asemeja demasiado en apariencia y comportamiento a un ser humano real, la respuesta de los humanos es de absoluto rechazo. Distintos ensayos y teorías hablan sobre lo inquietante que puede resultar acercarse a una identidad de estas características. Así que para muchos, es posible que la presencia y compañía de estos androides no les suscite bienestar. Sino todo lo contrario. Harmony promete ser la primera robot comercialmente viable. Pero antes han existido muchas otras creaciones, que aunque no hayan salido de los laboratorios, son reales. Y tienen un artífice de carne y hueso. Hiroshi Ishiguro es uno de los personajes más inquietantes que conocemos en el mundo de la robótica. Casi tanto como sus robots: cinco con apariencias muy distintas.

Uno de los proyectos más importantes del director del Laboratorio de Inteligencia Robótica de la Universidad de Osaka (Japón) es Actroid. Un robot humanoide con una apariencia y unos movimientos faciales prácticamente reales. Aunque, no contento con ello, Ishiguro también ha creado un robot idéntico a sí mismo. Dice que quiere estudiarse. La piel del robot es de silicona y el pelo es real, heredado de su propio dueño.

Pero no basta con las apariencias. El objetivo de estos expertos en robótica pasa por introducir en estos humanoides dos actitudes muy humanas: la intención y el deseo. ¿Por qué? Pues porque sin esos dos componentes, los robots carecen de emociones. Y de este modo, tampoco pueden comprender las emociones de los humanos a quienes intentan acompañar. E incluso remplazar.

La inteligencia artificial tiene un papel fundamental en el futuro de los robots. Sophia es un buen ejemplo de ello. Aparte de tener una expresión facial súper realista, esta robot es capaz de responder preguntas y dar largas explicaciones. Y aunque se trata de una robot de laboratorio, capaz de atender la recepción de una oficina o llevar a cabo tareas simples, ¿quién nos dice que no pueda convertirse en una buena compañera de piso?

Pero los robots no suelen ser masculinos. Los que tienen una apariencia humana, salvando el caso de Sophia y seguramente de Actroid, están completamente sexualizados. Son robots, pero emulan el tópico de la muñeca hinchable: un trozo de plástico que algunos vienen usando desde hace años para satisfacer sus necesidades sexuales. Samantha es más de lo mismo. Sergi Santos, su creador, ha desarrollado un robot sexual que se comercializa en todo el mundo. Cuesta entre 2.000 y 4.000 euros y se va adaptando a los gustos sexuales de su dueño.

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