09 octubre 2017

Crecimiento de titanes tecnológicos requiere de un escrutinio más detallado

Dos sorprendentes revelaciones han salido del mundo tecnológico estadounidense este mes. La primera fue la noticia de que Equifax, la agencia de crédito, sufrió un enorme ataque cibernético que fue mal manejado por la compañía, poniendo en riesgo los datos de 143 millones de estadounidenses.

La segunda es la admisión por parte de Facebook de que ha descubierto el equivalente a por lo menos 100 mil dólares en anuncios colocados en su plataforma por grupos apoyados por Rusia intentando interferir en las elecciones estadounidenses. Esto se reveló después de que surgieron noticias de manipulación generalizada por parte de agentes malévolos en el espacio de los medios sociales.

Estos escándalos pueden obligar a los políticos estadounidenses del Congreso y a las legislaturas estatales a concentrarse, por fin, en lo que está sucediendo en las entrañas del Internet.

Tal escrutinio debía haber ocurrido hace mucho tiempo. Durante los últimos años, los titanes de la tecnología estadounidenses, como Facebook, Google y Amazon, han crecido explosivamente en tamaño, en rentabilidad y en poder. Lo que es casi tan sorprendente como este ascenso es el poco debate que suscita en el Congreso.

Es cierto que algunos políticos izquierdistas estadounidenses (como Bernie Sanders) lamentan los bajos niveles de impuestos que pagan los grupos tecnológicos; las voces derechistas se quejan de que las plataformas de medios sociales han tardado en eliminar material extremista islamista, pero el Congreso no ha llevado a cabo grandes investigaciones sobre los poderes cuasi monopolísticos que empresas como Facebook y Google tienen en sus propios nichos tecnológicos, o sobre cómo las compañías tecnológicas recolectan datos de los consumidores, seleccionan el contenido o incluso gestionan la seguridad cibernética.

El escándalo de Equifax reveló que Estados Unidos carece de un marco federal general para establecer normas para la divulgación de accesos cibernéticos ilegales y, hasta ahora, los políticos han escasamente discutido esa situación. ¿Por qué?

El cabildeo es parte de la historia. Hace una década, los grupos de presión predominantes en Washington eran los bancos y otros grupos financieros, pero hoy en día las compañías de tecnología están eclipsando a los bancos, con compañías como Google cerca del tope de la lista de los mayores donantes corporativos. Las cinco mayores empresas tecnológicas gastaron alrededor de 49 millones de dólares en cabildeo el año pasado, según el Center for Responsive Politics, el doble de lo que gastaron los cinco mayores bancos. Los grupos de tecnología también han contratado a un ejército de exfuncionarios del Gobierno, y han invertido enormes cantidades de dinero en fundaciones académicas.

Eso ha ayudado a que el mundo tecnológico hábilmente manipule todos los bandos del espectro político. Los demócratas admiran a Silicon Valley por su posición progresista en asuntos como los derechos de los homosexuales y la reforma migratoria. A muchos republicanos les gustan los ideales libertarios y la perspicacia empresarial del sector tecnológico. Mientras tanto, casi todos los políticos tienden a ver el éxito innovador de Silicon Valley como un punto de orgullo nacional. Así es que, cuando los reguladores europeos critican a Facebook, Amazon o Google a menudo se considera un ataque competitivo.

Existe otra manera de explicar este silencio político: dando un vistazo antropológico a algunas de las etiquetas culturales asignadas a la tecnología. Si se hace, es posible ver algunos poderosos paralelismos con el estado de las finanzas hace una década.

Durante los primeros años de este siglo estaba claro que las finanzas en general (y los productos complejos como los derivados de crédito en particular) estaban explotando en tamaño, pero los políticos de Estados Unidos y de Europa no estaban interesados en descifrar la maraña financiera. Esto reflejó en parte el hábil cabildeo por parte de los bancos y la deliberada "opacidad".

Sin embargo, el problema más simple era que los derivados de crédito estaban envueltos en lenguaje técnico y en acrónimos, y eran percibidos por quienes no eran banqueros como algo absolutamente aburrido y tedioso.

Como resultado, les pareció natural a los políticos, periodistas y votantes no dar atención a este sector y dejar que los “geeks” se encargaran de todo. Después de todo, los consumidores estaban disfrutando de una bonanza de hipotecas baratas; nadie sentía una necesidad imperiosa de desafiar el “statu quo”. Era un área de “silencio social”, para utilizar el concepto desarrollado por Pierre Bourdieu, sociólogo e intelectual francés; todo estaba oculto a simple vista.

Por supuesto, los titanes de Silicon Valley insisten en que están salvando al mundo, no provocando crisis sistémica, pero el punto clave es que los consumidores se han vuelto adictos a los servicios tecnológicos baratos (o cuasi “gratuitos”), de la misma manera en la que lo estaban a las hipotecas baratas hace una década. Pero pocos tienen idea alguna de cómo funciona el Internet, o ni siquiera tienen deseo de preguntar. Una vez más, hemos depositado una confianza ciega en los “geeks”.

Esperemos que el Congreso haga su trabajo en el caso de Facebook y de Equifax, y que organice audiencias y comisiones relacionadas con lo que falló. También esperemos que los políticos se esfuercen, tardíamente, en mejorar sus conocimientos técnicos sobre el Internet. Pero los consumidores también necesitan hacer lo que no hicieron hace una década: hacer las preguntas difíciles sobre lo que el aura de complejidad está ocultando a simple vista. Y luego obligar a los políticos a actuar.

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