19 enero 2017

Capitalismo de datos se aprovecha más de nuestra privacidad



El entusiasmo en el Consumer Electronics Show en Las Vegas se centró en la conectividad y en el aprendizaje automático. Por alguna razón, los ingenieros del mundo parecen estar extrañamente compelidos a convertir todos los productos cotidianos —desde los cepillos de dientes, los automóviles, las duchas y hasta los zapatos— en dispositivos inteligentes y conectados.

Eso puede lograr maravillas en relación con nuestra higiene dental y con las rutinas de ejercicios. ¿Pero logrará algo en el ámbito económico?

John Fernald, principal asesor de investigación del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, lamenta que las innovaciones actuales se centren más en mejorar el tiempo libre que en la eficiencia empresarial. "Están sucediendo cosas espectaculares en Silicon Valley", declaró Fernald al Wall Street Journal. "Pero para cambiar realmente las cantidades en materia de productividad, esas cosas tienen que traducirse en cómo funcionan las empresas en toda la economía".

Él tiene razón. El efecto primario de estos productos tecnológicos de consumo parece limitado, pero tendremos que prestar creciente atención a las consecuencias secundarias de estos dispositivos conectados. Ellos son sólo la manifestación más visible de una transformación fundamental que es probable que moldee nuestras sociedades mucho más que el Brexit, Donald Trump o las disputas sobre el mar de China Meridional. Tiene que ver con quién recopila, posee y utiliza datos.

El sujeto de los datos es tan antiséptico que rara vez genera entusiasmo. Para hacerlos sonar atractivos, algunos han descrito los datos como el "nuevo petróleo" que alimenta nuestras economías digitales. En realidad, es probable que sea mucho más significativo que eso. Cada vez más, los datos están determinando el valor económico, remodelando la práctica del poder e inmiscuyéndose en las áreas más íntimas de nuestras vidas.

Algunos comentaristas han sugerido que esta transformación es tan profunda que estamos pasando de una era de capitalismo financiero a una de capitalismo de datos. El historiador israelí Yuval Noah Harari incluso argumenta que el "Datismo", como él lo llama, se puede comparar con el nacimiento de una religión, dadas las afirmaciones de sus discípulos más fervientes de que proporciona soluciones universales.

La velocidad y la escala a la que se está desarrollando esta revolución de datos son ciertamente sorprendentes. A veces, deseamos imaginarnos que el Internet tiene que ver con el intercambio de pensamientos entre las personas. Pero tiene mucho más que ver con el intercambio de datos entre máquinas.

Gartner, una compañía de investigación tecnológica, estima que 5,5 millones de dispositivos conectados al día se conectaron al Internet en 2016. Gartner prevé que su número total aumentará más del triple a 20,8 mil millones en 2020 conforme el "Internet de las cosas" se convierte en una realidad.

De acuerdo con IBM, ya generamos 2,5 trillones de bytes de datos diariamente, lo cual significa que alrededor del 90 por ciento de todos los datos en el mundo se creó durante los últimos dos años. Para ver el efecto que este uso de datos puede tener basta con darle un vistazo a la industria de la publicidad.

Facebook y Google absorbieron un increíble total de 85 centavos de cada nuevo dólar gastado en publicidad digital en EEUU durante el primer trimestre de 2016. Su éxito se basa en la habilidad de utilizar los datos para dirigir la publicidad a los consumidores más probables. La “datificación" de numerosas otras industrias, como los cuidados médicos, el transporte y la energía, ayudada y favorecida por la aplicación de la inteligencia artificial, está avanzando rápidamente.

Esta transformación económica promete grandes beneficios a los consumidores, pero el proliferante uso de datos también plantea desafíos relacionados con la identidad, la seguridad y la privacidad. Podemos estar en peligro de caer inexorablemente en la distopía descrita por Dave Eggers en su novela de 2013, "El Círculo", encapsulada en el lema: "La privacidad es un robo".

Sir Nigel Shadbolt, cofundador del Open Data Institute, argumenta en un reciente podcast de FT Tech Tonic de Financial Times que es demasiado pronto para renunciar a la privacidad a pesar de las severas asimetrías entre los individuos que generan datos y las gigantescas corporaciones que los poseen y los explotan. La tecnología que ha erosionado la privacidad también puede reforzarla.

La próxima revolución inminente, él argumenta, será acerca de darles a los consumidores el control sobre sus datos. Teniendo en cuenta el aumento de la capacidad de procesamiento y la capacidad de memoria de los teléfonos inteligentes, Sir Shadbolt cree que es probable que nuevos modelos de recolección de datos y un uso más localizado pronto logren aceptación. Un ejemplo es Blue Button, el servicio utilizado por los veteranos estadounidenses que permite a las personas mantener y actualizar sus historiales médicos. "Eso ha resultado ser un paso realmente revolucionario", comentó. "Creo que vamos a ver mucho más de ese tipo de reempoderamiento".

Según este punto de vista, podemos usar datos para crear un mundo mucho más inteligente sin sacrificar valiosos derechos. Si realmente creemos en un futuro tan benigno, más nos vale que nos apresuremos a inventarlo.

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